¿Por qué no puedo consumirte toda, Alejandra? ¿Qué Dios sádico te trajo a mí
sin la esperanza de comerte, entera o a pedazos?
¿De qué estás hecha? ¿De materia, de piel, de carne, de huesos, de células? ¿O
estás hecha de alma, de historia, de colores, de pensamientos?
Déjame consumirte, meterme en ti, inhálame y déjame carcomerte desde
el interior, acabarte lenta y singularmente. Quiero ver lo que hay dentro de
tus párpados, ver lo que ven tus ojos.
¡Rehúsate a ser corrompida! No satisfagas los caprichos de los dioses, reniega
del destino que la providencia te impone.
Niégame, aprieta los labios cuando introduzca mis dedos en tu boca. Quiero
sentirte desde adentro, sentir tus tejidos, tus miedos, tu voluntad, cómo son
tus dientes, tus mejillas, cómo se retuerce tu lengua confinada, tocarla,
apretarla entre mis dedos, arrancártela en un solo movimiento.
Llenar tu boca de mi mano, lentamente abrirla, explorar tu interior con el
tacto. ¿Ese espacio que ocupas es tuyo? ¿Te pertenece el piso que tocas?
Introducir mi rostro en tu cerebro, chuparte el hipotálamo, morderte
y tragarme tu garganta.
Infundido dentro de tu piel, dentro de tus venas, te tocaré desde adentro
hasta llenarte de mí, hasta que la lluvia te limpie de lo que soy y te sientas
vacía sin mi sangre rompiéndote las venas.
¡Aprieta los músculos mientras desgarro tu carne con mis dientes! Déjame
entrar por tus costillas, aspirar el aire de tus pulmones, ahogarme en tus
pulmones, quiero saber si tu espíritu está en tu sangre, en tu mente, en el
tiempo.
Despedazarte metódicamente, por partes, por colores y tamaños, por
sentimientos, por proporciones, por ideas y pensamientos, por dolor
y placer, por sabor y electricidad.
Destrozarte cada día, perpetuamente, fuera del tiempo.