Oriente, mi oriente de horizonte infinito, de llano que se extiende más allá de la vista, de pueblos ahogados en el tiempo. Oriente de alcaravanes, de vacas, de tonadas, de canciones con arpas mandolinas contrapunteos. Con flores en los caminos de las capillas. Oriente árido en Anzoategui y malditamente húmedo en Monagas.
Aquí paso las tardes lentas y serenas en casa de mi abuela, tardes de cielos naranjas y blancos, como tigres dormidos.
En Oriente me sé libre, camino y recorro las calles y los campos hasta el cansancio. Aquí puedo ver la inmensidad del cielo, tan grande como el universo que sostiene.
No importa donde veas, siempre tendrás un pedacito de él a la vista. No hay edificio que mande ni montaña que se imponga. Aquí el petróleo se mezcla con la sangre y la pobreza en las calles y carreteras abandonadas.