Abro la libreta que me regaló Lina para escribir un pensamiento recurrente que tengo cuando estoy en el metro, y veo que en la página anterior está otro pensamiento que tuve hace unos días; las últimas palabras leen chigüire pequeño. No terminé de redactarlo.
Incluso ahora, en estas palabras, no escribo lo que quería escribir inicialmente, sino que me rebajo a la patética labor de redactar lo que va pasando (el presente, los eventos consecutivos) como hizo Mazziani en un fragmento de su Piedra de Mar. Me gustaría que lector me entendiese, pero no redacto (ni escribo estas letras) para que me entienda… Honestamente, no sé por qué lo hago, más allá del impulso